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BERT HELLINGUER: EL AMOR QUE ENFERMA Y EL AMOR QUE SANA

31-08-2014

Muchas personas se imaginan que pueden, a través de una enfermedad o de su propia muerte, hacerse cargo del sufrimiento o de la culpa de otros miembros de su familia. También puede  que enfermen, que se accidenten o incluso que se suiciden por anhelar reunirse con algún miembro de su familia, consiguiéndolo gracias a su propia muerte.
Las observaciones y comprensiones obtenidas gracias a las constelaciones y relatadas a continuación , ayudan  a penetrar las imágenes que enferman y a superarlas de manera sanadora.
El vínculo y sus efectos
Por destino, todos los miembros de una familia están vinculados a todos los demás miembros. Entre  padres e hijos, este vínculo es el más potente. Actúa igualmente con fuerza entre los hermanos y en la pareja. Un vínculo particular, marcado por el destino, nace con aquellas personas que han liberado su sitio para otros en la familia, sobre todo con aquellas personas que han tenido un destino difícil. Es el caso por ejemplo entre los hijos de un segundo matrimonio del hombre y su primera esposa, cuando ella ha muerto en un parto.
Similitud y compensación
El vínculo provoca en los que nacen ulteriormente, los miembros más frágiles, una necesidad de retener al miembro más antiguo y más fuerte o, si ya ha muerto, la necesidad de seguirlo. El vínculo provoca también el impulso, en los que disfrutan de una “ventaja”, de parecerse a aquellos que sufren una “desventaja”. Así, los niños sanos quieren igualarse a sus padres enfermos y los niños inocentes a sus padres y ancestros culpables.
Este vínculo hace que las personas sanas se sientan responsables por las personas enfermas, así como las inocentes por las culpables, las felices por las infelices y las vivas por las muertas.
Aquellas personas que benefician de una ventaja con respecto a otras están a menudo dispuestas a poner en juego y a renunciar a su salud, a su inocencia, a su vida y a su felicidad a cambio de la salud,  inocencia,  vida y  felicidad de otros. Porque abrigan  la esperanza de que, gracias a la renuncia a su propia vida y felicidad, conseguirán asegurar o incluso salvar la vida y felicidad de otros miembros de esta comunidad de destinos. Hasta esperan poder recuperar o reconstruir la vida y felicidad de otros miembros, incluso cuando estas vidas han sido perdidas hace tiempo y para siempre, y que todo ha acabado ya.
Debido al vínculo y al amor que lo acompaña, reina en la comunidad de destinos familiar y genealógica una necesidad irresistible de compensación entre la suerte de los unos y la desgracia de los otros, entre la inocencia  y la felicidad de los unos y la culpa y la desdicha de los otros, entre la salud de los unos y la enfermedad de los otros, entre la vida de los unos y la muerte de los otros. A raíz de esta necesidad y cuando un miembro de la familia ha sido infortunado,  quiere otro miembro de la familia ser igualmente infortunado. Cuando un familiar enferma o se vuelve culpable de algo, otro miembro familiar sano e inocente enferma o se vuelve culpable. Y cuando un familiar querido fallece, otro miembro vivo y próximo a él desea la muerte.
Así es como se alcanza, a través del vínculo y de la compensación, dentro de esta comunidad estrecha de destinos, un ajuste y una participación a la culpa, a la enfermedad, al destino y a la muerte de otros; así es como se llega al intento de pagar  con la propia desgracia la salvación de otro, con la propia enfermedad la salud de otro, con la propia culpa o expiación la inocencia de otro, con la propia muerte la vida de otro.
La enfermedad obedece al alma
Mientras esa exigencia de igualdad y de compensación aspira a la enfermedad y la muerte, la enfermedad obedece al alma. Por esta razón, junto con una atención médica en el sentido literal, se necesita una atención dirigida al alma, sea por el mismo médico que sabe hacerse cargo de ambas, sea por un “terapeuta del alma” que proporcionará un apoyo al actuar médico. No obstante, mientras el médico se esmera en curar la enfermedad, el terapeuta del alma se mantiene más bien reservado , en el asombro frente a fuerzas con las que medirse le parece más bien  una presunción. Por lo tanto procura, en sintonía con esas fuerzas,  dar un giro al destino difícil siendo su aliado más que su oponente. Os daré un ejemplo.
“Mejor yo que tú”
En un trabajo  de hipnosis, una mujer joven con esclerosis múltiple se vio de niña arrodillada delante de la cama de su madre paralítica. Y se acordó que, en aquel entonces, se comprometió diciéndole: “Querida Mamá, mejor yo que tú”. Para  los otros participantes en ese trabajo, fue conmovedor ser testigos de cuánto un niño ama a sus padres y de cuánto la mujer estaba conforme consigo misma y con su destino. No obstante, una participante no pudo soportar ese amor que estaba dispuesto a hacerse cargo de la enfermedad, dolor y muerte de la madre. Le dijo pues, al animador del grupo: “¡Ojalá pudieras hacer algo para ayudarla!”
El animador se quedó sorprendido. ¿Cómo se atrevía alguien a tratar el amor de la niña como  si fuera algo malo? ¿No era eso ofender el alma de la niña y más bien agravar su sufrimiento en vez de limitarlo? ¿No incitaría eso a la niña a ocultar más secretamente aún su amor y a aferrarse a su esperanza y a la decisión temprana de salvar a su madre con su propio sufrimiento?
Aquí tengo otro ejemplo.
Una mujer joven, también con esclerosis múltiple, consteló su familia de origen y lo que actuaba en lared familiar. La madre estaba de pie, su marido a su izquierda. Frente a ellos, la clienta, como hija mayor. A su izquierda, su hermano menor, muerto a los catorce años de un paro cardíaco, y a la izquierda de él, el hermano más joven.
El constelador mandó al hermano muerto fuera de la sala, lo que significa la muerte en una constelación. Él afuera, el rostro de la clienta se iluminó. A la madre, le fue mejor también. El constelador mandó luego al segundo hermano afuera, y más tarde al padre, porque había observado que los dos se sentían atraídos hacia  fuera. Una vez todos los hombres idos, lo que significa que estaban todos en la muerte, la madre se enderezó con actitud de triunfo.
Se vio claramente entonces que la madre se sabía destinada a la muerte y se vio el alivio que sentía al ver que otros estaban dispuestos y deseosos de morir en su lugar. El constelador llamó a los hombres de vuelta, y mandó a la madre afuera. De repente, todos se sintieron liberados de la obligación de compartir el destino de la madre, y les fue mejor.
El constelador sospechaba que la enfermedad de la hija estaba relacionada con el compromiso de la madre con la muerte. Entonces, llamó a la madre, la colocó a la izquierda del padre, y la hija a la izquierda de la madre.  Luego, pidió a la hija que mirase a su madre a los ojos, con amor, y que le dijera: “Mamá, lo hago por ti”. En cuanto lo dijo ella, se le iluminó la expresión. El objetivo y el sentido de su enfermedad se hizo obvio para todos los participantes.
¿Qué tiene permiso de hacer en esa situación el médico  o el terapeuta del alma, y de qué se tiene que cuidar?


El amor conocedor
Sacar a la luz el amor del niño es a menudo lo único que un facilitador consciente puede  y tiene permiso de hacer.  Sea lo que haya cargado, motivado por ese amor, el niño se siente en acuerdo con su consciencia y se percibe como grande y bueno. Sin embargo si, con ayuda de un facilitador comprensivo, el amor del niño puede salir a la luz, tal vez surge también a la luz que la meta de este amor es inalcanzable. Porque es un amor que anhela conseguir, gracias a su sacrificio, sanar a la persona querida, como si pudiera protegerla de la desgracia, como si pudiera expiar su culpa y arrancarla a la infelicidad. A menudo, el niño tiene la esperanza de que puede hacer revivir la persona amada, cuando ya ha muerto.
Pero si, junto con el amor infantil, salen a la luz las metas infantiles, es posible que el niño ahora adulto tome consciencia de que no puede vencer la enfermedad y la muerte de otros con su amor y su sacrificio, sino que se tiene que posicionar frente a ellos con valentía y sin poder, y asentir a ellos tal y como son.
Al volverse visibles, las metas del amor infantil, así como los medios para alcanzarlos sufren un desengaño, porque pertenecen a una visión mágica del mundo que, frente al conocimiento de un adulto, pierde su consistencia. Sin embargo, el amor sigue existiendo y una vez visible, busca vías que den buenos resultados. Entonces, el mismo amor que causaba sufrimiento se mueve hacia  una solución buena, entendida, y de esta forma detiene lo que enferma, mientras es posible. Aquí es posible que el médico y otros terapeutas indiquen direcciones oportunas, pero únicamente si el amor del niño, visto y respetado por ellos, puede mantenerse a la luz y dedicarse a algo nuevo  y mayor.

(...)

Revista independiente Hellinger
Septiembre 2009

Bert Hellinguer: El amor que enferma y el amor que sana